miércoles, 24 de noviembre de 2010

El gran casamiento polaco

Llegamos al aeropuerto de Varsovia y del otro lado de la salida nos esperaba Joanna, una de las chicas polacas que Vulqui conoció en Asia. Nos advirtió que el trayecto a casa iba a llevar bastante por el tránsito. Sin embargo, llegamos antes de lo que pensábamos. En casa nos esperaban Kassia, otra de las amigas de Vulqui que vive en New York, y Maria, que vive en Vietnam (las dos habían viajado para el casamiento). Nos comimos una buena sopa casera que Kassia preparó espacialmente y salimos a dar una vuelta por el centro histórico.

Varsovia fue un punto de resistencia muy grande durante la Segunda Guerra Mundial, donde se generó un levantamiento en el que incluso intervino la población civil. La revuelta duró poco más de dos meses, porque no tuvieron apoyo aliado y esto les costó que la ciudad fuera destruida casi en su totalidad. Después de la guerra, y con el advenimiento de un régimen comunista, la ciudad cambió su arquitectura tradicional por una más propia del “este”, de edificios bloque, grises y toscos. Sin embargo, el centro histórico de Varsovia, fue reconstruido exactamente igual a como era antes. Así es como hoy es parte de la lista de patrimonio de la humanidad de la UNESCO.

Terminamos nuestra vuelta en un bar, donde se nos sumó la otra Joanna (Vulqui también la había conocido en India). Aceptamos su sugerencia y probamos cerveza caliente. El buen amante de la cerveza trata de evitar que se caliente, pero los polacos lo hacen a propósito, de hecho resultó ser como un té dulce, pero con alcohol. Un verdadero sacrilegio cervecero, pero interesante. ¡Hasta se toma con pajita!

Veníamos de bastante movimiento y nos deparaba una gran fiesta, por lo que nos tomamos la estadía en Varsovia con tranquilidad. Arrancamos tarde y caminamos un poco de día lo que habíamos visto de noche. Hicimos una parada en una feria donde aprovechamos para probar los “pierogi” que en la foto se veían como empanadas y lo cual nos trastornaba un poco, ya que como veníamos comprobando, excepto el asado, no tenemos grandes comidas típicas que no sean europeas, y perder la autoría de las empanadas hubiese sido un golpe muy grande. Por suerte, resultaron ser una especie de sorrentino relleno de carne, queso o verdura y salteado en una sartén con poco aceite. Muy ricos, pero lejos de nuestra especialidad autóctona.

Era noche de viernes y sonaba lógico salir. Salimos con las chicas y se sumaron Dencho y Reinier, dos holandeses que habían conocido ellas en Vietnam y que también habían viajado para el casamiento. Después de cenar, hicimos una pequeña pasada por un bar donde tuvimos nuestra primera aproximación al vodka, y terminamos en una especie de casa tomada, donde había una fiesta con Dj y un percusionista. El lugar tenía mucha onda. Varios pisos y todas las paredes pintadas con murales muy buenos. Bailamos hasta la madrugada y nos llamamos al recato. Como ya lo comprobaríamos, no fue muy inteligente de nuestra parte salir el día anterior a un casamiento polaco…

El día del gran casamiento polaco arrancó con tuti. Apenas un desayuno y empezamos a vestirnos. Como se habrán imaginado, en un viaje de 7 meses cargar un traje y un vestido de fiesta no era una opción. Teníamos nuestra alternativa “arreglada”, pero lejos estaba del elegante sport. Vicky tuvo la suerte de tener el mismo talle y gusto (fundamental) que Kassia y terminó con vestido, zapatos de taco y hasta abrigo. Lo de Vulqui era más complicado, pero en el último minuto, apareció un traje completo del tío de Ilona, zapatos del papá de Joanna y corbata de Dencho. Terminamos siendo dos señoritos a tono con la fiesta. Hicimos una breve parada para comprar libros, ya que la joven pareja los prefería en lugar de las tradicionales flores, y partimos….

El casamiento polaco es intenso, abundante y de larga duración, y este era uno muy tradicional. Arrancamos alrededor de las 5 p.m. en un pueblito a unos kilómetros de Varsovia en la casa de Ilona, la novia, por donde la pasó a buscar Piotr, el novio, acompañado de una banda de música típica con acordeón, pandereta y demás. Los seguimos en caravana, o por lo menos eso intentamos, hasta la iglesia enorme y en el medio del campo. Allí se habían casado hacía unos cuantos años los padres de Ilona. La primera diferencia con el casamiento argentino, es que los novios reciben a los invitados afuera de la iglesia y los hacen pasar. Una vez que están todos acomodados, entran juntos, y quienes los esperan en el altar no son sus pares, sino los testigos (generalmente amigos). A pesar de que obviamente fue en polaco, por lo que sólo entendíamos cuando se decían sus nombres, la ceremonia resultó muy emocionante y ellos se veían realmente felices. Distintas canciones sonaron e incluso se escucharon unas trompetas durante sus declaraciones de amor eterno. Terminado este ritual, los novios salieron a saludar en el atrio y volaron arroz, pétalos de rosas y monedas. Ese fue el momento de felicitarlos y entregarles el libro que cada uno había elegido y dedicado. Ahora, ¡a la fiesta!

Tal como ya estábamos acostumbrados, la estructura básica del casamiento era comer, tomar y bailar. Sin embargo, en este, las tres cosas se harían en exceso. A diferencia de las mesas redondas, los invitados estaban distribuidos en tres mesas rectangulares interminables, presididas por la principal donde estaban los novios y sus testigos. Todas estaban llenas de fuentes de comida y botellas de vodka, la única bebida alcohólica del casamiento (por suerte sólo tiene 40% de alcohol). Además de su vaso de gaseosa, cada uno tenía una copita tipo shot, siempre cargada, esperando que alguien levantara la suya a la voz de “¡nasdrovie!”. No se podía rechazar un brindis, ya que era un desprecio, y al terminarlo, la copita debía estar completamente vacía, momento en el cual siempre había un encargado de volver a llenarla. Una pareja de argentinos no era algo que se viera todos los días, por lo que muchos querían acercarse a brindar con los extranjeros. Fuimos educados y levantamos nuestras copas una y otra vez. No caímos en coma alcohólico gracias al secreto que nos había sido revelado por las chicas unas horas antes: para neutralizar el efecto del vodka no hay nada mejor que comer. Y eso hicimos, comimos por nuestras vidas. Cada vez que la copa se vaciaba, teníamos algo para meternos en la boca. La situación estaba bajo control. Por lo menos mientras estábamos sentados, pero claro, había que salir a bailar.

En la pista nos esperaba la banda en vivo y una grupo descontrolado de amigos que no paraba de saltar. Buena forma de bajar la comida. La especialidad eran temas nacionales de los 70’, una onda Palito Ortega polaco. La gente se los sabía todos y a pesar de no entender una palabra, uno no podía parar de moverse. Así como muchos querían brindar con nosotros, también la rompimos en la pista. Vicky tenía dos o tres abonados que se turnaban para robarle bailes. Especialmente uno, que cada vez volvía con mayor frecuencia con una sonrisa y la mano extendida, para llevarla a saltar incansablemente durante uno o dos temas. Finalmente, siempre sonaba el gong, en forma de musiquita pegadiza que decía algo así como “es hora de volver a tomar y comer”, o por lo menos es como la interpretábamos nosotros.

Las horas se fueron sucediendo y nos sorprendimos de nuestra lucha estoica por la supervivencia. Especialmente al ver que a nuestro lado caían pesos pesados en resistencia como son los holandeses. No nos negamos a ningún brindis, nos comimos todo y bailamos cada tema como si fuera el primero, ¡durante 12 horas de fiesta!. Eso si, al final necesitábamos una cama y pies nuevos. El descanso llegó alrededor de las 7 a.m. en lo de Piotr, donde su familia nos había preparado una habitación para nosotros solos. Caímos rendidos casi sin pensar que al día siguiente todo volvía a empezar.

Nos despertamos pasado el mediodía. Ilona y Piotr estaban cual amanecer de navidad abriendo regalos. Las hermanas de Piotr nos prepararon un desayuno completísimo y el hermano nos llevó a recorrer un poco la granja de la familia. Dencho y Reinier resucitaron, y al ratito nos encontramos de nuevo en camino a la versión recargada de la fiesta. El segundo día es una réplica un poco más informal del primer día, y tiene como finalidad mejorar la experiencia anterior. Eso quiere decir, que de nuevo nos esperaban la comida, el vodka y la banda en vivo. Como era domingo, la extensión de esta segunda parte sería menor, sólo unas 6 o 7 horas. Por supuesto, también estaba allí el admirador número uno de Vicky, esperándola como había prometido la noche anterior, con su baile tan particular, y señalándole el anillo a Vulqui como queriendo explicarle que no tenía que preocuparse ya que él estaba casado. Los bailes eran cada vez más repetidos y Vicky ya no sentía los pies, a pesar de haberse sacado los zapatos al principio de la fiesta, así que instrumentamos algunas operaciones de rescate y en una de ellas Vulqui terminó yendo a tomar algo con el muchacho en cuestión. Nadie sabe cómo, pero a la distancia se los veía conversar, cada uno en su idioma, pero siempre muy sonrientes. Ahora era admirador de los dos.

Llegando al final de la segunda jornada, nos invitaron a participar de una tercera, más íntima, para terminar de liquidar comida y vodka. Sólo bastaba con saber que los invitados de ese tercer día eran nuestros compañeros de mesa para entender que sería un nuevo exceso. Reconocimos nuestros límites y ya era demasiado...

Nuestro último día en Varsovia fue de recuperación. Nos levantamos para desayunar con Maria que se iba ese mismo día a la casa de sus padres, e hicimos un breve paso por el museo del levantamiento de Varsovia (uno de los mejores museos de guerra que vimos). Para continuar con la experiencia tradicional polaca, cenamos todos juntos comida típica. Nos despedimos y a la mañana siguiente tomamos el avión que nos llevaba de vuelta a Praga.

Sin dudas, el paso por Polonia fue una de las experiencias más especiales de nuestro viaje.

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