miércoles, 22 de diciembre de 2010

Road trip en Eslovaquia

El avión volvió a dejarnos en Praga, pero como ya sabíamos que Milan y Petra no estarían allí, nuestra segunda visita fue corta. Partimos hacia nuestra siguiente parada: Bratislava. En la estación de bus nos esperaba Lukas con una sonrisa, listo para llevarnos a la casa de sus padres en las afueras de la ciudad. Para los fanáticos de las historias asiáticas de Vulqui, él fue su compañero de aventuras en la famosa batalla del pez asesino en “shark island”.

Era una casa hermosa y su familia nos esperaba para cenar, así que compartimos la mesa con sus padres, su hermana y su abuelo, todos super amables, hablamos de política y actualidad en Eslovaquia, comimos rico y, como era víspera del cumpleaños de Vulqui, lo sorprendieron con una torta con velita y todo. Mejor imposible.

Amanecimos temprano y nos esperaba un desayuno con tuti. Teníamos que cargar energía para empezar nuestra recorrida eslovaca. Lukas se había tomado unos de días libres en el trabajo y nos organizó una vuelta completísima en auto por su país. Partimos por la ruta Sur. Nuestro primer destino era Banská Štiavnica, un pueblo en el centro del país donde tuvimos nuestro primer amorío con la cocina eslovaca. Probamos una sopa y una especie de escalope tremendo.

Como estaba bastante fresco, después de comer nos refugiamos en una casa de té tipo oriental, donde probamos un par de variedades (aunque también no tentaba la idea de un mate). Tirados entre almohadones con tecito caliente se nos pasó la hora y cuando nos dimos cuenta sólo faltaban unos minutos para que cerrara la mina, la mayor atracción del lugar. Lukas puso primera y casi nos teletransportamos al lugar. Tuvo que discutir un ratito en la puerta y chapear con que éramos argentinos para que nos hicieran la visitar guiada, pero finalmente un hombre se apiadó de nosotros, nos calzó un mameluco y una linterna, y nos llevó debajo de la tierra. Nos encontramos con una mina de verdad, con carros sobre rieles, perforadoras, dinamita, murciélagos y todos los chiches… esperábamos la pepita de oro de souvenir, pero se ve que se les habían terminado.

Después de buscar un rato, terminamos pasando la noche en un hotelito en las afueras de Kosiče, la ciudad más importante de esa región. Amanecimos allí listos para dar una vueltita por el centro y seguir nuestro road trip. Resultó ser una ciudad chiquita pero linda, con una iglesia muy pintoresca, donde la gente ¡hacía una cola interminable para confesarse!. Una de dos, o eran muy religiosos o se zarpaban de pecadores. Intentamos, pero no entendimos lo que le decían al cura, así que comimos un desayuno rápido y partimos a uno de los highlights del itinerario.
El castilo Spiš era del siglo XII y, a diferencia de lo que habíamos visto en Francia, era más parecido a lo que teníamos en mente: una muralla enorme, una entrada monumental y, por supuesto, la característica torre. Tal vez por el frio, porque era viernes o porque Eslovaquia no es un destino turístico tan popular, resultó que lo recorrimos prácticamente solos. Viajamos un ratito en el tiempo y volvimos para seguir nuestro camino. El nuevo destino eran los High Tatras, las montañas más altas del país.

En el camino, sólo bajamos la velocidad para ver un asentamiento gitano, algo que para ellos era llamativo, y para nosotros se parecía mucho a una villa al costado de la ruta. El recorrido ondulante nos fue internando en el verde y llevando por vistas espectaculares. Sin embargo, la única que no logramos fue las de las montañas más altas. La niebla era tan densa que era difícil ver cualquier cosa que estuviera a más de 10 metros de distancia. No sólo eso, sino que cuando bajamos del auto, también nevaba. Y recién en el inicio del otoño, así que imagínense el frio que hace en invierno. Caminamos hasta la orilla de un lago con la esperanza de que allí hubiese abierto un poco el panorama, pero aún estando al lado no lo veíamos, por lo que tuvimos que conformarnos con las fotos del cartel que mostraba un paisaje primaveral.

Era tarde, pero no habíamos comido desde la mañana, así que almorzamos en el camino. Más comida tradicional sugerida por nuestro anfitrión, claro. El plasky, algo así como un panqueque de papa, es de lo más típico y rico de la cocina eslovaca. Comimos hasta reventar, pero pronto nos dimos cuenta de que en pocas horas nos esperaba una abundante comida casera. Íbamos a pasar la noche en la casa de Andrea, la novia de Lukas, quien nos recibiría ansiosa con un halusky recién hechito (unos ñoquis chiquititos con una salsa parecida a la crema de leche con pedacitos de panceta, léase una bomba atómica). Respiramos profundo juntamos coraje y nos comimos todo, aunque no fue tan difícil porque estaba buenísimo.

Andrea vivía con sus padres, dos profesores de secundaria, con un don celestial para la repostería las bebidas espirituosas. Nos prepararon una bandejita con una variedad de masitas de exhibición, brindamos con un vino de frambuesa de su cosecha y la rematamos con un Slivoviče, la bebida más fuerte que habíamos probado hasta el momento, también de su creación. Engordados como para navidad, caímos redondos en la cama.

Nuestra actividad de la mañana siguiente, fue visitar Čičmani, una villa de invierno muy particular, donde las casas, todas de madera, estaban pintadas con dibujos geométricos muy típicos de la zona, utilizados para atraer la buena suerte y repeler los malos espíritus. Rodeadas de montañas todavía muy verdes y en las cuales se podían identificar las pistas de ski super empinadas, se generaba un ambiente muy especial. Volvimos a la casa para almorzar en familia y la comida volvió a ser algo recalcable. Otra vez estábamos llenos, así que el digestivo sugerido fue un “fernando”, aunque en lugar de coca lo prepararon con tónica. Amargo, pero bueno…

Una siestita obligada y seguimos camino por la ruta Norte sumando a Andrea al road team. El plan era pasar por el castillo de Trenčin, uno de los tantos que tiene Eslovaquia, pero no llegamos a tiempo antes de que cerrara. Caminamos un ratito alrededor y volvimos a lo de los padres de Lukas, ya que saldríamos de copas con sus amigos. Pasamos una noche a pura charla, seguimos hincando el diente y terminamos muertos los cuatro en una matrimonial. No se emocionen, no hubo orgía eslovaca, sólo ronquidos y babeos de almohada. Muy poco sexy.

Nos tomamos nuestro tiempo para arrancar el día, y cuando lo logramos, buscamos a Cristina, la hermana de Lukas, e intentamos visitar otro castillo. Se ve que teníamos “la maldición de Liz”, o simplemente una carencia total de puntualidad, porque volvimos a fallar en nuestro intento. La solución a esta desilusión no fue otra que la comida, así que una vez más nos sentamos a la mesa a degustar otra especialidad autóctona “que no podíamos perdernos”.

Andrea tenía que irse el domingo temprano a un viaje de trabajo, así que entre lagañas nos despedimos de ella. Todavía no habíamos visto nada de Bratislava, por lo que después de un buen almuerzo, nos fuimos los tres a caminar el centro histórico. Nos encontramos con una mini Praga. Aunque dicen que la tercera es la vencida, el castillo de Bratislava estaba en reparación, por lo que tampoco pudimos entrar. Vimos la corona de oro dentro de la Catedral, el “man at work” y otro montón de estatuas de bronce que brotaban de la calle, la increíble iglesia azul, y la Puerta de San Miguel, que nos recordó que estábamos a 11.835 Km de casa. Por suerte, muy bien acompañados.

Nuestro último día en Eslovaquia fue en realidad en Viena. Lukas volvió al trabajo, mientras que nosotros aprovechamos la cercanía de Bratislava con la capital austríaca (con un tren de poco más de una hora estábamos allí). Un día para una ciudad como Viena puede no ser suficiente, pero la recorrimos bastante. El frío y la lluvia de a ratos nos lo complicaba, por lo que nos rebuscamos combinando una serie de tranvías que recorrían los puntos más importantes de la ciudad y elegimos algunos para profundizar. Así fue como nos deslumbramos con los edificios de la Alcaldía y la Iglesia de St. Stephan. Aunque monumental, Viena nos resultó algo fría, y no sólo refiriéndonos al clima. Una maqueta perfecta, pero un poco distante. Sin embargo, tuvo un toque cercano a casa: en un puesto de la calle nos comimos un “sanguche de mila” (lamentamos comunicarles que se llama Schnitzel, y resulta que es un plato que inventaron allí, lejos de Milán, Nápoles o Argentina).

Volvimos a Bratislava para nuestra cena de despedida, con Lukas, Cristina y el abuelo, donde intentamos un guisito no tan gustoso, pero al que le hicieron los honores.

Nos fuimos de Eslovaquia con unos cuantos kilos de más y un poco tristes. Lukas y Andrea nos habían mimado durante casi una semana y los íbamos extrañar.

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