miércoles, 24 de noviembre de 2010

El gran casamiento polaco

Llegamos al aeropuerto de Varsovia y del otro lado de la salida nos esperaba Joanna, una de las chicas polacas que Vulqui conoció en Asia. Nos advirtió que el trayecto a casa iba a llevar bastante por el tránsito. Sin embargo, llegamos antes de lo que pensábamos. En casa nos esperaban Kassia, otra de las amigas de Vulqui que vive en New York, y Maria, que vive en Vietnam (las dos habían viajado para el casamiento). Nos comimos una buena sopa casera que Kassia preparó espacialmente y salimos a dar una vuelta por el centro histórico.

Varsovia fue un punto de resistencia muy grande durante la Segunda Guerra Mundial, donde se generó un levantamiento en el que incluso intervino la población civil. La revuelta duró poco más de dos meses, porque no tuvieron apoyo aliado y esto les costó que la ciudad fuera destruida casi en su totalidad. Después de la guerra, y con el advenimiento de un régimen comunista, la ciudad cambió su arquitectura tradicional por una más propia del “este”, de edificios bloque, grises y toscos. Sin embargo, el centro histórico de Varsovia, fue reconstruido exactamente igual a como era antes. Así es como hoy es parte de la lista de patrimonio de la humanidad de la UNESCO.

Terminamos nuestra vuelta en un bar, donde se nos sumó la otra Joanna (Vulqui también la había conocido en India). Aceptamos su sugerencia y probamos cerveza caliente. El buen amante de la cerveza trata de evitar que se caliente, pero los polacos lo hacen a propósito, de hecho resultó ser como un té dulce, pero con alcohol. Un verdadero sacrilegio cervecero, pero interesante. ¡Hasta se toma con pajita!

Veníamos de bastante movimiento y nos deparaba una gran fiesta, por lo que nos tomamos la estadía en Varsovia con tranquilidad. Arrancamos tarde y caminamos un poco de día lo que habíamos visto de noche. Hicimos una parada en una feria donde aprovechamos para probar los “pierogi” que en la foto se veían como empanadas y lo cual nos trastornaba un poco, ya que como veníamos comprobando, excepto el asado, no tenemos grandes comidas típicas que no sean europeas, y perder la autoría de las empanadas hubiese sido un golpe muy grande. Por suerte, resultaron ser una especie de sorrentino relleno de carne, queso o verdura y salteado en una sartén con poco aceite. Muy ricos, pero lejos de nuestra especialidad autóctona.

Era noche de viernes y sonaba lógico salir. Salimos con las chicas y se sumaron Dencho y Reinier, dos holandeses que habían conocido ellas en Vietnam y que también habían viajado para el casamiento. Después de cenar, hicimos una pequeña pasada por un bar donde tuvimos nuestra primera aproximación al vodka, y terminamos en una especie de casa tomada, donde había una fiesta con Dj y un percusionista. El lugar tenía mucha onda. Varios pisos y todas las paredes pintadas con murales muy buenos. Bailamos hasta la madrugada y nos llamamos al recato. Como ya lo comprobaríamos, no fue muy inteligente de nuestra parte salir el día anterior a un casamiento polaco…

El día del gran casamiento polaco arrancó con tuti. Apenas un desayuno y empezamos a vestirnos. Como se habrán imaginado, en un viaje de 7 meses cargar un traje y un vestido de fiesta no era una opción. Teníamos nuestra alternativa “arreglada”, pero lejos estaba del elegante sport. Vicky tuvo la suerte de tener el mismo talle y gusto (fundamental) que Kassia y terminó con vestido, zapatos de taco y hasta abrigo. Lo de Vulqui era más complicado, pero en el último minuto, apareció un traje completo del tío de Ilona, zapatos del papá de Joanna y corbata de Dencho. Terminamos siendo dos señoritos a tono con la fiesta. Hicimos una breve parada para comprar libros, ya que la joven pareja los prefería en lugar de las tradicionales flores, y partimos….

El casamiento polaco es intenso, abundante y de larga duración, y este era uno muy tradicional. Arrancamos alrededor de las 5 p.m. en un pueblito a unos kilómetros de Varsovia en la casa de Ilona, la novia, por donde la pasó a buscar Piotr, el novio, acompañado de una banda de música típica con acordeón, pandereta y demás. Los seguimos en caravana, o por lo menos eso intentamos, hasta la iglesia enorme y en el medio del campo. Allí se habían casado hacía unos cuantos años los padres de Ilona. La primera diferencia con el casamiento argentino, es que los novios reciben a los invitados afuera de la iglesia y los hacen pasar. Una vez que están todos acomodados, entran juntos, y quienes los esperan en el altar no son sus pares, sino los testigos (generalmente amigos). A pesar de que obviamente fue en polaco, por lo que sólo entendíamos cuando se decían sus nombres, la ceremonia resultó muy emocionante y ellos se veían realmente felices. Distintas canciones sonaron e incluso se escucharon unas trompetas durante sus declaraciones de amor eterno. Terminado este ritual, los novios salieron a saludar en el atrio y volaron arroz, pétalos de rosas y monedas. Ese fue el momento de felicitarlos y entregarles el libro que cada uno había elegido y dedicado. Ahora, ¡a la fiesta!

Tal como ya estábamos acostumbrados, la estructura básica del casamiento era comer, tomar y bailar. Sin embargo, en este, las tres cosas se harían en exceso. A diferencia de las mesas redondas, los invitados estaban distribuidos en tres mesas rectangulares interminables, presididas por la principal donde estaban los novios y sus testigos. Todas estaban llenas de fuentes de comida y botellas de vodka, la única bebida alcohólica del casamiento (por suerte sólo tiene 40% de alcohol). Además de su vaso de gaseosa, cada uno tenía una copita tipo shot, siempre cargada, esperando que alguien levantara la suya a la voz de “¡nasdrovie!”. No se podía rechazar un brindis, ya que era un desprecio, y al terminarlo, la copita debía estar completamente vacía, momento en el cual siempre había un encargado de volver a llenarla. Una pareja de argentinos no era algo que se viera todos los días, por lo que muchos querían acercarse a brindar con los extranjeros. Fuimos educados y levantamos nuestras copas una y otra vez. No caímos en coma alcohólico gracias al secreto que nos había sido revelado por las chicas unas horas antes: para neutralizar el efecto del vodka no hay nada mejor que comer. Y eso hicimos, comimos por nuestras vidas. Cada vez que la copa se vaciaba, teníamos algo para meternos en la boca. La situación estaba bajo control. Por lo menos mientras estábamos sentados, pero claro, había que salir a bailar.

En la pista nos esperaba la banda en vivo y una grupo descontrolado de amigos que no paraba de saltar. Buena forma de bajar la comida. La especialidad eran temas nacionales de los 70’, una onda Palito Ortega polaco. La gente se los sabía todos y a pesar de no entender una palabra, uno no podía parar de moverse. Así como muchos querían brindar con nosotros, también la rompimos en la pista. Vicky tenía dos o tres abonados que se turnaban para robarle bailes. Especialmente uno, que cada vez volvía con mayor frecuencia con una sonrisa y la mano extendida, para llevarla a saltar incansablemente durante uno o dos temas. Finalmente, siempre sonaba el gong, en forma de musiquita pegadiza que decía algo así como “es hora de volver a tomar y comer”, o por lo menos es como la interpretábamos nosotros.

Las horas se fueron sucediendo y nos sorprendimos de nuestra lucha estoica por la supervivencia. Especialmente al ver que a nuestro lado caían pesos pesados en resistencia como son los holandeses. No nos negamos a ningún brindis, nos comimos todo y bailamos cada tema como si fuera el primero, ¡durante 12 horas de fiesta!. Eso si, al final necesitábamos una cama y pies nuevos. El descanso llegó alrededor de las 7 a.m. en lo de Piotr, donde su familia nos había preparado una habitación para nosotros solos. Caímos rendidos casi sin pensar que al día siguiente todo volvía a empezar.

Nos despertamos pasado el mediodía. Ilona y Piotr estaban cual amanecer de navidad abriendo regalos. Las hermanas de Piotr nos prepararon un desayuno completísimo y el hermano nos llevó a recorrer un poco la granja de la familia. Dencho y Reinier resucitaron, y al ratito nos encontramos de nuevo en camino a la versión recargada de la fiesta. El segundo día es una réplica un poco más informal del primer día, y tiene como finalidad mejorar la experiencia anterior. Eso quiere decir, que de nuevo nos esperaban la comida, el vodka y la banda en vivo. Como era domingo, la extensión de esta segunda parte sería menor, sólo unas 6 o 7 horas. Por supuesto, también estaba allí el admirador número uno de Vicky, esperándola como había prometido la noche anterior, con su baile tan particular, y señalándole el anillo a Vulqui como queriendo explicarle que no tenía que preocuparse ya que él estaba casado. Los bailes eran cada vez más repetidos y Vicky ya no sentía los pies, a pesar de haberse sacado los zapatos al principio de la fiesta, así que instrumentamos algunas operaciones de rescate y en una de ellas Vulqui terminó yendo a tomar algo con el muchacho en cuestión. Nadie sabe cómo, pero a la distancia se los veía conversar, cada uno en su idioma, pero siempre muy sonrientes. Ahora era admirador de los dos.

Llegando al final de la segunda jornada, nos invitaron a participar de una tercera, más íntima, para terminar de liquidar comida y vodka. Sólo bastaba con saber que los invitados de ese tercer día eran nuestros compañeros de mesa para entender que sería un nuevo exceso. Reconocimos nuestros límites y ya era demasiado...

Nuestro último día en Varsovia fue de recuperación. Nos levantamos para desayunar con Maria que se iba ese mismo día a la casa de sus padres, e hicimos un breve paso por el museo del levantamiento de Varsovia (uno de los mejores museos de guerra que vimos). Para continuar con la experiencia tradicional polaca, cenamos todos juntos comida típica. Nos despedimos y a la mañana siguiente tomamos el avión que nos llevaba de vuelta a Praga.

Sin dudas, el paso por Polonia fue una de las experiencias más especiales de nuestro viaje.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Empragados

Después de unas cuantas horas de pelis y capuccino en el micro, llegamos a Praga. Otra de las ciudades de las que nos habían hablado mucho, algunos arriesgados hasta le adjudicaron el título de la ciudad más linda del mundo.

La llegada al centro fue muy fácil, ya que Petra, nuestra anfitriona allí, nos había enviado las indicaciones más completas de la historia del couch surfing, incluyendo minutos y giros de 90⁰ y 180⁰. Una genia. Fuimos a conocerla a su oficina, ya que nos había sugerido dejar las mochilas allí e ir juntos a su casa cuando terminara de trabajar. Nos vimos 5 minutos, nos sacamos de encima los bártulos y nos tiró unos tips para recorrer un poco.

La ciudad no es muy grande, por lo que no es difícil encontrar el centro. Si bien República Checa es un miembro de la Union Europea desde hace unos cinco años, todavía no cambió su moneda por el Euro, por lo que se hacía necesario comprar Coronas. Estábamos en eso cuando se nos acercó un gentil caballero en la calle y nos ofreció cambiar a un muy buen precio (nos hizo la cuenta con la calculadora del celu y todo). Nos sorprendimos un poco de encontrarnos un “arbolito” en Praga, y como buenos argentinos desconfiados, miramos el billete de todos los costados. Después de un rato dictaminamos que no era falso y que estábamos haciendo un negoción. Claro, nunca habíamos visto una Corona Checa, ni tampoco hablamos el idioma, como tampoco hablamos húngaro, de donde resultó ser el billete. La cuenta era precisa, el billete era real, pero correspondía a otro país, cuya moneda está un “toque” más devaluada que la checa. Pueden decirlo, somos dos nabos, nos estafaron a lo argento. Lo comprobamos a los pocos minutos, pero por supuesto, el señor desapareció mágicamente. Toda la hora siguiente Vulqui se la pasó corriendo por el centro buscándolo, y Vicky atrás tratando de frenarlo para no se agarre a trompadas.

Se hizo la hora y pasamos a buscar a Petra. Nos fuimos a cenar a un lugar muy cerca donde la comida era excelente. Al ratito se nos sumó Milan, su marido. Entre los dos se lamentaron de nuestra primera experiencia con la ciudad y nosotros de haber sido tan ingenuos. Comimos y bebimos para olvidar y al rato ya nos reíamos de los chistes de Milan al respecto. Charlamos de todo un poco, especialmente de su plan de hacer un viaje de un año por el mundo. Demás está decir que les pusimos varias fichas para que visiten nuestro lado del charco.

Partimos hacia la casa y en el camino pasamos por un bar a buscar a Alex, un alemán que sería huésped junto con nosotros. Milan y Petra, como ya nos habían adelantado, preferían alojar varios couch surfers al mismo tiempo. Ya era tarde y no había podido comer nada, así que nos llevaron a un mega hiper mercado 24 hs. Aprovechamos para hacer nuestras compras, mientras Alex elegía una docena de cervezas. Lo hicimos recapacitar de que la malta no era suficiente alimento y sumó a la compra algún embutido. Además de coleccionar etiquetas de cerveza (claro que primero se las toma), este personaje particular era un técnico espacial o algo por el estilo, por lo que Vulqui se entretuvo charlando de estrellas, galaxias y todo lo que no vemos.

Volviendo a la Tierra, arrancamos nuestro segundo día en Praga despojándonos absolutamente de la experiencia pasada. Cruzamos el río, y nos fuimos a un mirador en los parques del Castillo. Almorzamos con una vista espectacular de la ciudad. Lo especial de Praga es que a diferencia de muchas otras ciudades europeas, no fue bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que conserva su arquitectura original en toda la ciudad y no sólo en un centro histórico. Es como vivir adentro de un cuento.

Caminamos los parques del castillo y nos fuimos metiendo en el pueblito que lo rodeaba. Visitamos el Museo de juguetes, donde había una exposición por los 50 años de Barbie y muñecos tradicionales de la región, tan buenos que despertaban al niño interior. Volvimos a cruzar con las hordas de turistas, incluyendo muchos argentinos, por el puente Karolo IV, el más famoso de la ciudad. Dimos unas vueltas por el centro y nos volvimos a casa, ya que Milan había cocinado una cena riquísima para los cinco. ¡La pasamos muy bien!

Nuestro último día en Praga, exploramos este lado del río. Caminamos por el barrio judío, espiamos el cementerio y la sinagoga desde afuera, entramos a unas cuantas iglesias y le sacamos varias fotos al reloj astronómico. Turismo intensivo. Después de la recorrida nos encontramos con Petra para tomar algo y después ir al super, ya que éramos los encargados de la cena. Alex ya se había ido, pero vendrían los padres de Petra. Como los dueños de casa habían decidido hacerse vegetarianos hacía unos días, tuvimos que cambiar el menú de cabecera por unas tortillas con ensalada. No sólo la tradicional tortilla de papas, sino que innovamos con una de zanahoria. No lo intenten en sus casas. Así como su hija, los padres resultaros ser muy copados, por lo que después de cenar Vulqui aprovechó para hablar de política checa con el papá, flamante diputado, y Vicky para hablar con la mamá sobre su cultura y las similitudes con la nuestra. Como vivieron muchos años en Estados Unidos, su inglés era mejor que el nuestro y pudimos comunicarnos sin problemas.

Al día siguiente, aprovechamos las horitas antes de despegar y almorzamos con Milan y Petra en una placita del centro. Nos despedimos por un rato nada más, ya que nos fuimos con la promesa de que nos visitarían muy pronto en Buenos Aires.

Al ratito estábamos en un avión a Varsovia, donde estábamos invitados a un casamiento tradicional polaco.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Al Este y al Oeste, Berlín

El vuelo Brest-Paris nos dejaba en Charles de Gaulle, mientras que París-Berlin salía del aeropuerto D’Orly. En el medio, teníamos unas 6 horas, pero como ya lo habíamos chequeado con Martín, las posibilidades de ir a pasarlas en el centro de París eran complicadas. Entre horarios de buses, metros y trenes, nos quedaba sólo 1 hora neta de noche parisina. Nos resignamos a pasarla en el aeropuerto. Atrás había quedado la cómoda cama de Roscanvel…

Llegamos a Berlín destruidos. Terminamos en un hostel porque no habíamos tenido suerte con la búsqueda de couch surfing, pero faltaban unas horas para el check-in, así que fuimos a comer algo. Caminamos como zombies por la zona hasta que terminamos en el kebab nuestro de cada día. Berlín merecía ser recorrida con pilas, por lo que volvimos al hostel, dormimos una buena siesta y salimos a conocer la ciudad recargados. Sin un plan, caminamos por la Friedrichstrasse y terminamos viendo los lugares más emblemáticos de la ciudad: Check Point Charlie, la TV tower, la Opera, etc., etc. Un buen comienzo.

Afortunadamente, durante el día habíamos tenido una confirmación en couch surfing y a la mañana siguiente, hicimos la mudanza. Nuestro anfitrión en Berlín iba a ser Daniel. Nos encontramos con él en la estación de metro y caminamos a su casa. Al igual que su novia Vivke, y que la mayoría de la gente que vive en Berlín, Daniel era en realidad de otra ciudad de Alemania y estaba hacía pocos meses allí. Sin embargo, ya tenía identificado un buen puesto de currywurst en la zona, donde almorzamos, por supuesto.

Caminamos juntos por un rato y dejamos a Daniel en la estación central. Pocos minutos más adelante, apareció ante nosotros el parlamento, con su enorme y moderna cúpula de cristal. La cola era infinita, así que decidimos dejar la subida para otro día. En el hotel nos habían pasado el dato de un tour gratuito que salía de la Puerta de Brandemburg, uno de los símbolos de Berlín. No tanto el arco en sí, sino la estatua de una diosa alada en una carroza tirada por caballos que se erige sobre él. Tal es así, que en un momento Napoleón se las robó y la puso en París para mostrarles a los alemanes quién tenía el poder. La recuperaron al poco tiempo. Hoy, esta señora mira al Oeste, aunque durante la República Democrática de Alemania, supo mirar al Este. Medio veleta…

Había miles de tours, pero pudimos encontrar el nuestro. No nos gustaba mucho la idea de ir con un guía, pero le dimos una oportunidad. Claro, era gratis. Así fue como nos dispusimos a caminar detrás de un pelirrojo de Manchester, cuyo inglés era un tanto acelerado. Sin embargo, nos arreglamos para entender bastante.

Alemania en general y Berlín en particular, tienen una consciencia muy grande de su Historia. Así es como en el lugar más “céntrico” de Berlín, se puede ver una plaza/monumento a los muertos del holocausto. La estética es discutible, pero la presencia de este y muchos otros monumentos y memoriales, indica lo presente que es todavía el pasado y la búsqueda de recordarlo para que no vuelva a pasar. Paradójicamente, a pocos metros de esto, está el lugar donde se ubicaba el búnker de Hittler, pero hoy es el estacionamiento de unas torres de departamentos y no es posible acceder a visitarlo.

Perder dos guerras mundiales y ser responsables del peor genocidio de la Historia no fue suficiente, Alemania, o mejor dicho media Alemania, fue parte del régimen Soviético. Y de esto también, Berlín es una evidencia viviente. Después de terminada la guerra, EE.UU., Francia, Inglaterra y Rusia ocuparon Alemania. En 1961 se decidió dividir el país en Este y Oeste, replicando lo mismo en su capital. Se necesitaba más que el límite de palabra, por lo que empezaron marcando la “frontera” con una especie de alambrado, después alambre de púa, después paneles de hormigón, hasta que terminaron en un doble muro, alambre, garitas de seguridad y soldados armados hasta los dientes. Por las dudas… El territorio occidental de Berlín estaba repartido entre EE.UU., Inglaterra y Francia. Del lado oriental, todo pertenecía a la URSS. De un lado y del otro, había gente que no tenía la mínima intención de separarse, pero que vivieron así por casi 40 años. Hoy, más de 20 años después, todavía se puede decir de qué lado se está por el tipo de arquitectura, el estado de conservación y las actividades que se desarrollan. Además, el recorrido que hacía está marcado en toda la ciudad con un senderito de adoquines. A nivel país, el occidente paga un impuesto tipo subvención para contribuir al desarrollo del Este, que quedó en el camino. Y no se quejan…

Abandonamos el tour frente a un fragmento del muro y una muestra muy interesante de “Topografía del terror”, que iba desde los inicios del Nacional Socialismo, con su aparato de propaganda a cargo de Goebbels, y terminaba en la creación del muro. Demasiado importante como para pasarlo de largo. Estuvimos un rato largo mirando cada foto, leyendo cada nota…
Antes de volver a casa a cenar con nuestros anfitriones, hicimos un breve paso por el Museo Pergamon, uno de los de la “Isla de los museos” (esto es literal). Este museo tiene su especialidad, podríamos decir, en puertas, no sólo las hojas, sino todo el ingreso en sí. Es posible encontrar fachadas de templos griegos, mercados romanos y demás, pero a nosotros nos llamó particularmente la atención la Puerta de Ishtar, que era uno de los ingresos a Babilonia. No sólo tiene una dimensión importante, sino que es realmente especial, con un color increíble y dibujos de leones, dragones y demás seres mitológicos.

Para variar un poco del recorrido histórico, nos fuimos en busca de naturaleza. La casa de Daniel quedaba bastante cerca del parque más grande de Berlín, el Tiergarten. Hicimos una pequeña caminata hasta allí. Nos internamos en el parque y nos perdimos un ratito en el verde, pero nos habíamos quedado con ganas de saber más… Check-point Charlie, el lugar del cruce más famoso del muro, no estaba lejos. Esa era la puerta de entrada al sector yanqui en Occidente. Hoy todavía se puede ver el cartel indicando que se está dejando territorio de los Estados Unidos. Además, había allí otra muestra gratuita con muchísima información sobre cómo fue la creación del muro, sus años de vigencia, los cruces, los que murieron en el intento y más. Muchas de las fugas del Este al Oeste fueron por este paso. De hecho, en este mismo punto existe actualmente un museo en el cual se relatan todas las historias de los intentos, tanto frustrados como exitosos. Allí se puede ver los autos preparados para esconder gente, los uniformes militares truchos, pasaportes falsificados, la historia del “hombre submarino”, el “hombre helicóptero” y hasta un señor que improvisó una tirolesa con un martillo y una soga, por la que se escaparon él, su mujer y su hijo. La mayoría eran ayudados por gente del otro lado, muchas veces familiares, pero también grupos de resistencia organizados. Para todos, el día de la caída fue seguramente uno de los más felices de sus vidas.

Como estábamos tan interesados en el tema “muro”, Daniel se ofreció a acompañarnos a verlo. En la parte Este de la ciudad, está el “East side gallery”, un kilómetro y medio del muro original pintado y graffiteado por distintos artistas. Una combinación ideal. Muchas pintadas comenzaron mientras el muro estaba todavía en pie, y muchas otras son alegóricas a la caída. Berlín es una meca del street-art, y como es uno de nuestros preferidos, ampliamos la visita por esta zona y nos encontramos con unos cuantos murales espectaculares.

El día ameritaba cerrarlo con una comidita casera y como Daniel nos había agasajado con unas “boulette” la noche anterior (algo así como una albóndiga alemana), tuvimos que volver a apelar a nuestro caballito de batalla: el pastel de papas.

Estar en Berlín y no salir a vivir la noche era un despropósito. Arreglamos un encuentro con otro couch surfer que no había podido alojarnos porque ya tenía sus huéspedes australianos. Salimos todos: Daniel, nosotros, los australianos y el otro couch surfer, que también se llamaba Daniel. Además, se sumaron amigos suyos de Berlín. Hicimos una recorrida de bares, compartimos historias y la pasamos muy bien.

Para terminar de entender la Historia teníamos que ver un campo de concentración. Sachsenhausen fue el primero, el que sirvió de “modelo” para todos los que le siguieron, incluyendo Auschwitz. Siguiendo la línea de la memoria, la entrada es gratuita. En este lugar los Nazis encarcelaban a judíos, gitanos, negros, homosexuales y todos los disidentes del Nacional Socialismo. Pasaron unas 200.000 personas de las cuales murió cerca de la mitad. La recorrida empezó en el patio donde se formaban cada mañana, y donde el más abusivo de los oficiales los golpeaba con un palo y los atropellaba con su bicicleta. Pudimos ver una reconstrucción de las barracas, donde se mostraba como dormían y cómo comían (cuando lo hacían), y escuchar el relato de los sobrevivientes de cómo cada mañana había muchos que no despertaban. Era imposible decir una palabra en el recorrido, uno se limitaba a tratar de tragar el nudo de la garganta. Todo estaba pensado para la tortura y la muerte. Las celdas de castigo (porque increíblemente se podía estar peor que en las barracas), el paredón de fusilamiento, el crematorio, la salita donde el médico experimentaba con medicamentos sobre chicos y adolescentes. Seguramente uno de los lugares más tristes en los que se puede estar, pero necesario para entender y dimensionar el sufrimiento.

Era nuestro último día y nos había quedado pendiente subir al Parlamento. Su cúpula de cristal se construyó hace poco más de 10 años con la finalidad, supuestamente, de que los alemanes puedan ir a vigilar lo que hacen sus legisladores. No encontramos un solo local en la fila, sólo turistas como nosotros interesados en la vista desde arriba.

Berlín está llena de Historia pesada y reciente, con la que conviven todos los días. Sin embargo, es una ciudad llena de vida y con muchísima personalidad. Toda esa mezcla la hace simplemente grandiosa.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Buenos aires bretones

Jose y Max nos buscaron en Brest, ya que su casa era a una hora de allí y de noche no hay muchas opciones de transporte para llegar. Viven en lo que se llama la Presqu’île de Crozon que, para que se den una idea, es un Parque Nacional en la punta más occidental de Francia, en la región de Bretania. El pueblo se llama Roscanvel y es mini, pero como si fuera poco, ellos viven en las afueras. Jose ya nos había adelantado en Buenos Aires que era un paraíso terrenal en el medio de la nada, y con eso terminó de convencernos de ir a visitarlos.

Haciendo como siempre la introducción de nuestros anfitriones, Jose es una porteña, egresada del ILSE, hermana de Tomás, amigo de Vulqui, y de Agustín, compañero del cole de Vicky. Hasta hace unos años, una adicta al laburo, pero un día los planetas se alinearon y se cruzó con Max, un franco/español (madre española y padre francés), piloto de helicóptero de la Armada francesa. En conclusión, se enamoraron, ella lo siguió a Francia y se casaron en una ceremonia que involucró tres helicópteros y un buzo táctico con un ramo de rosas (es verdad, vimos la foto). Lo más gracioso es que quisieron hacer algo íntimo y discreto, pero terminaron en la remake de Top Gun.

Como era de noche, pudimos ver poco del paisaje. Adivinamos el bosque y alguna otra cosita, pero nos dedicamos a charlar a un ritmo interesante. No era para menos, con tres argentos y un gallego hicimos una mezcla explosiva y nos hablamos todo hasta las tres de la madrugada. En el medio nos bajamos un par de sidras y una comida casera buenísima que nos preparó la señora de casa.

Después de un sueño reparador, abrimos la ventana y nos encontramos en el medio de la naturaleza con vista al mar incluida. Era el lugar perfecto para relajarse. Desayunamos todos juntos y partimos en tour a la punta de la punta, pero la niebla era tan densa que apenas nos dejaba ver a unos metros, así que tuvimos que hacer un cambio de planes y empezar por el otro lado. Nos fuimos a Morgat, que es un lugar de veraneo principalmente de franceses adinerados. Una playa hermosa que en ese momento estaba bastante cubierta por el mar, y unas casas espectaculares, incluyendo una muy particular diseñada por Eiffel (el mismo de la torre, claro). Nos sentamos a comer unos crepes con una vista increíble. Finalmente, se despejó, el mar fue bajando y nos hicimos un paseíto por la playa.

La siguiente parada en nuestro tour fue Camaret, un pueblo de pescadores muy pintoresco. Casitas de colores, mar transparente y un barquito al lado del otro. Dadas las condiciones climáticas, nos aventuramos al lugar prometido. Un mirador con una vista sobre un acantilado espectacular que se clavaba en el mar, del que surgían tres peñascos. ¡Daban ganas de saltar! Nos quedamos sentados un rato alucinados con el paisaje. Reprimimos los instintos suicidas, y nos fuimos a la última parada del día.

La zona de la Presqu’île fue históricamente un punto militar estratégico para defender a Francia de un ataque marítimo, especialmente de Inglaterra. Por esa razón, esta punta estaba amurallada y en las distintas caras estaban dispuestos una serie de fuertes, que con el tiempo cayeron en desuso. Como la zona todavía es de uso militar (de hecho la base de Max queda muy cerca de la casa y algunas prácticas se desarrollan allí), las ruinas de estos viejos fuertes no son turísticas, pero como nosotros estábamos de expedición con el comandante, tuvimos el privilegio de visitar uno. Estaba hecho aprovechando una gran roca sobre el mar, lo que lo camuflaba un poco más. Bajamos por un caminito de piedras, cruzamos el puente que todavía sobrevivía y lo recorrimos por todos lados. Realmente era como transportarse en el tiempo. Vimos la puesta del sol y cómo el mar se volvía violeta de repente. El cierre perfecto de un día hermoso.

El domingo amanecimos con un cielo despejado. Nos tomamos un cafecito al solcito y nuestros anfitriones nos “desayunaron” con una sorpresa: “Si tienen ganas, podemos hacer un sobrevuelo en avioneta”. La respuesta fue más que obvia. Como piloto, Max tiene la posibilidad de alquilar una hora de uso del avioncito. Estábamos como dos chicos en una juguetería. Corrimos a prepararnos ¡para volar! Un toque de glamour en nuestro viaje mochilero.

Después de una hora de auto, arribamos al aeropuerto de Brest. Esperamos ansiosos mientras Max hacía el papeleo y preparaba el avión. Con todo listo, teníamos que decidir quién sería el copiloto. Nos miramos e hicimos un trato por el cual Vulqui sería el elegido. Max y Vulqui al frente, Jose y Vicky detrás.

Todo fue de película. Los auriculares, las indicaciones de la torre de control, el despegue... Desde arriba se veía el mar turquesa, super transparente, y los barquitos sobre la arena por la marea baja. Confirmamos lo especial que era ese lugar. Un paisaje increíble y encima con un cielo perfecto, completamente despejado. Entonces, Max le ofreció a Vulqui que piloteara (ahí fue cuando Vicky se arrepintió completamente de su pacto). Vulqui tomó el “joystick” y por un momento estuvo al mando de la máquina. Costó al principio, hasta que le agarró la mano. Por suerte, Max estaba supervisando y volvimos a casa sanos y salvos.

Nos sentamos a comer unos quesitos y tomar un vino afuera. Para variar nos hablamos todo. Política, economía, la guerra, etc., etc. Un día genial, hasta que Max nos dio la noticia de que al día siguiente tenía que salir a una misión secreta por dos días (no les podemos decir de qué, sino tendríamos que matarlos).¡Se nos iba el cuarto integrante! Realmente nos rompió el corazón. Por suerte, nos quedaba Jose, aunque el lunes nos abandonaba también, pero sólo por un rato, ya que empezaba un master en Brest.

Arrancamos tarde, para variar. Jose nos había dejado su auto para que fuéramos a pasear y nos había recomendado que hiciéramos un trekking por la costa. Antes de salir, nos llamó para avisarnos que al mediodía Max pasaría con su helicóptero por un mirador. Hacia allí fuimos. Decidimos esperarlo en una playa que se veía debajo del mirador. Para eso, bajamos unos metros y atravesamos un bunker de la Segunda Guerra Mundial completamente abandonado. Adentro, nos encontramos un misil que advertía “danger”. De peligroso le quedaba poco. Ubicamos en el horizonte la base y nos sentamos en la playa a comer unos sanguchitos y esperar. A la hora señalada, apareció un punto negro a lo lejos que se fue haciendo cada vez más grande. Corrimos a la orilla y les hicimos señas. El helicóptero dio unas vueltas sobre nuestra cabeza y esa fue nuestra despedida de Max.

Después de un rato, recuperamos la consciencia y seguimos viaje. El trekking arrancaba a unos kilómetros de allí. Estacionamos y empezamos la caminata. El día fue mejorando con cada paso que dimos. El sol estaba increíble e intensificaba todos los colores del camino y el mar no tenía nada que envidiarle al Caribe. Una tranquilidad infinita. Se veían algunos veleritos privilegiados, pero no se escuchaba ni una mosca. En la mitad del camino paramos un ratito y nos tomamos unos mates para admirar ese paisaje como se debía. Otro día perfecto. Para ser sinceros, el trekking costó un poco más de lo esperado, especialmente a Vicky, pero valió la pena completamente.

El final del trayecto era en Morgat, donde nos esperaba Jose. Volvimos a casa los tres y tal como habíamos prometido cocinamos la cena. El pastel de papas no iba para una argentina, así que la receta varió un poco. Comimos rico y charlamos mucho para no perder el hábito.

En nuestra última mañana, salimos temprano los tres juntos. Dejamos a Jose en la Universidad y nos fuimos a recorrer los alrededores de Brest, pero después de lo que habíamos visto, no había mucho que pudiera sorprendernos. Buscamos a Jose en su intervalo y tuvimos nuestro almuerzo de despedida: un pic nic en el estacionamiento del aeropuerto. Mucho nivel. Después del “recreo”, Jose volvió a sus obligaciones. A nosotros todavía nos quedaba un rato de espera y la travesía Brest – Paris – Berlín que iba a tomar unas cuantas horas.

Dejamos Roscanvel después de un fin de semana de película, habiendo visto el paisaje más espectacular en lo que iba del viaje y con dos amigos en nuestro haber.